La Cultura Hebrea y los Árboles
Por Francesc Sanchez
Si hoy observamos el territorio palestino, podemos ver un paisaje árido y desértico, donde parecería que la presencia vegetal no habría sido nunca numerosa. Pero estaríamos sumamente equivocados. En tiempos pasados, según relatan diversas crónicas, el territorio conocido como Canaán o Palestina disponía de una masa forestal y vegetal muy rica y abundante. De hecho, el mismo libro bíblico del Éxodo nos explica que Yahvéh había prometido al pueblo hebreo vivir en un país de una enorme riqueza agraria, “donde rezuma leche y miel”, es decir, una especie de Edén o Paraíso terrenal.
El perpetuo estado de guerra que ha vivido la región del Próximo Oriente, la sobreexplotación humana y diversas catástrofes naturales han configurado finalmente el actual paisaje. Pero la convivencia durante siglos del pueblo hebreo al país cuando aún poseía mucha riqueza forestal impregnó también algunos detalles de sus creencias, ni que fuese metafóricamente.
Es importante señalar que cuando los hebreos llegaron a la “Tierra Prometida” alrededor del siglo XIII aC (según nos explica la misma Biblia) ya existían diversos pueblos que habitaban el territorio, llamados genéricamente los “cananeos”, y que poseían una serie de creencias religiosas basadas en las fuerzas de la naturaleza y también en los árboles.
Estos cultos naturalistas fueron detestados por los israelitas, y este rechazo hacia los “bosques sagrados” fue transmitido posteriormente a la religión cristiana, aunque no pudieron evitar que algunos árboles adquiriesen una importancia primordial en algunos pasajes de la historia hebrea, remarcados con una intencionalidad religiosa evidente, salvadora, justiciera o moralizadora.
Según nos explica el libro primero de la Biblia, el Génesis, la conocida Arca de Noé, con que este patriarca y su familia se salvaron del Diluvio Universal, estaba construida con madera de árbol de gófer, por sus características de una alta concentración de resina, y que los estudiosos han querido identificar con los cipreses, muy abundantes en aquella zona del Próximo Oriente y muy bien valorados en la construcción de embarcaciones por su resistencia al agua. En este caso, el gófer era una herramienta de salvación de la humanidad respecte del cataclismo provocado por Yahvéh por sus pecados.
Bajo las Encinas de Mambré, según nos explica també el libro bíblico del Génesis, Abraham recibió la visita de tres extraños viajeros que recibieron hospitalidad del mismo Abraham (según alguna tradición uno de ellos era el mismo Yahvéh) y le anunciaron el futuro embarazo de su mujer Sara, a pesar de que tenía casi cien años.
Igualmente, bajo las mismas encinas, el patriarca Abraham pidió a Yahvéh que salvase a los justos que pudiesen residir en las pecadoras ciudades de Sodoma y Gomorra, entre ellos su propio sobrino Lot, de la ira divina que quería destruir ambas ciudades por los grandes pecados que habían cometido. La encina se convirtió en un punto de contacto y de comunicación con la divinidad.
Durante el periplo del éxodo descrito en la Biblia en el libro del mismo nombre, el pueblo hebreo constituyó los dogmas y los rituales de su fe, y según las mismas órdenes divinas, fabricaron una serie de objetos rituales sagrados. La misma Arca de la Alianza, quizás el objeto más importante, estaba fabricada con madera de acacia, y las varas que servían para transportarla (debido a que ningún hombre podía tocarla) también eran de la misma madera.
Pero no fue el único elemento religioso hebreo que utilizó las maderas de acacia, sino que siguiendo las directrices mandadas por Yahvéh también fueron usadas para las mesas, las columnas y los capiteles del Tabernáculo (una especie de santuario móvil utilizado durante la travesía por el desierto), el Altar del Incienso, la Mesa de los Panes de la Proposición y el Altar del Holocausto.
Todas las maderas estaban recubiertas de oro, plata o bronce, exceptuando la madera usada en las sesenta columnas del atrio del Tabernáculo. Se supone que la elección de la madera de acacia como elemento básico, debía estar relacionada con algún tipo de valoración positiva divina hacia este árbol, que otras especies no tenían para la consciencia del pueblo hebreo.
La Menorah (el candelabro de siete brazos) que simbolizaba el Espíritu divino, sólo se podía mantener encendido con aceite de oliva, en un estado de pureza total. Los olivos están muy presentes en todo el territorio del Próximo Oriente y su producción muy bien valorada tradicionalmente, tanto para el consumo humano como por la relación con los cultos y los rituales.
Más adelante, el libro de los Jueces nos explica como la profetisa Débora realizaba sus adivinaciones, amparada por el don que Yahvéh le había otorgado de la profecía, bajo una palmera al territorio de Efraím (una de les tribus de Israel).
En el Segundo Libro de Samuel, Absalom, hijo del rey David, se sublevó contra su padre y en el fragor de una batalla, al ser derrotado, durante la huida, sus cabellos quedaron enganchados en las ramas de una encina, y quedó prisionero hasta que fue rematado por unos soldados enemigos. En este caso, la encina interviene como un elemento que pretende ayudar a Yahvéh a impartir justicia contra el hijo rebelde, enemigo de su propio padre
En el Primer Libro de los Reyes, se nos describe la construcción del Templo de Jerusalén por parte del rey Salomón, alrededor del año 1000 aC, donde también fueron utilizados determinados árboles, según les directrices divinas. La madera del ciprés fue usada para el suelo, la de olivo para las puertas y la de cedro para las paredes. Actualmente no conocemos el significado de la elección de estas maderas en especial, pero nadie puede dudar que dicha elección debía obedecer a alguna mena de significación religiosa.
Dentro del Nuevo Testamento, Jesús el Nazareno utilizó en múltiples ocasiones ejemplos relacionados con el mundo vegetal y la agricultura, en las conocidas parábolas, síntoma de la gran conexión que había en el pueblo hebreo hacia la naturaleza y todos sus elementos (incluidos los árboles). Pensemos en la parábola de las espigas del trigo y la cizaña, o la maldición que Jesús lanzó contra la higuera estéril porque no daba frutos (como aquellos que no tienen fe).
De hecho, su misma muerte colgado y clavado en un madero vertical (quizás la simbología de un árbol, donde el “estipe”, la parte vertical de la cruz asemejaría con el tronco de un árbol y el “patibulum”, la parte horizontal las ramas del mismo), con una resurrección por la Pascua (primavera) cuando toda la vida vegetal vuelve a renacer.
Una cultura que rechazaba el culto a les fuerzas de la naturaleza y a los árboles, pero que tampoco no podía prescindir. Y que había otorgado a determinados árboles un significado místico y casi divino.