Iciar Bollaín rueda el drama del expolio de los olivos milenarios
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Fuente: Rafa Ruiz, El Asombrario & Co. Fotos: Jose Haro
No estamos acostumbrados a que una película española de ficción se acerque a un tema medioambiental. Iciar Bollaín lo ha hecho, de la mano de su compañero y guionista de cabecera, Paul Laverty, con calidad y emoción. En mayo se estrenará ‘El Olivo’, que recoge el drama que sufren muchos olivos abandonados en El Maestrazgo por el afán de rentabilidad cortoplacista, por escasa sensibilidad, por especulación, por desidia. Hemos hablado con la directora y también con la gente de Apadrina un Olivo, que están plantando lucha para que estos árboles sean el acicate de un renacimiento rural.
“Es que este árbol no es nuestro. No nos pertenece. Es de la historia, de la vida, de la tierra, de nuestros abuelos y bisabuelos y tatarabuelos. No es nuestro”. Es una de las escenas y de las frases más impactantes de la película. Es el alegato que hace un agricultor frente a sus hijos, que quieren vender un olivo milenario para obtener un dinero que les viene muy bien, para tapar agujeros de sus maltrechas economías. Pero el hombre de campo de toda la vida -interpretado por Manuel Cucala, un agricultor de verdad, retirado, de 74 años, no un actor; elegido tras un concienzudo casting entre la gente de la comarca- les responde que pronto se habrán gastado el dinero y se habrán quedado sin nada, sin el dinero y sin ese árbol que es su vida, con el que comparte la savia y la sabiduría de la tierra.
Es la visión y los ritmos de la naturaleza frente a la urgencia de la ambición humana. Y eso está muy bien contado en El Olivo, porque frente a las laderas apacibles de olivos, Bollaín ha retratado ese otro paisaje de la burbuja inmobiliaria, las prisas y la corrupción -que además de corrupta es hortera- de la franja española mediterránea, simbolizada en esa mansión con piscina vacía ornamentada con una réplica de la Estatua de la Libertad.
La película es muy española, pues tiene mucho del paisaje bueno y malo de ese trozo del país, pero también porque retrata a unos seres quijotescos en un viaje casi a ninguna parte en medio de un mundo cuyos resortes de dura rentabilidad ni manejan ni entienden bien. “A veces te tienes que lanzar de cabeza, y la gente te ayuda por el camino”, dice la protagonista, Alma, interpretada por una impresionante Anna Castillo, y que ya nos engatusó con su desparpajo en la exitosa obra de teatro musical La Llamada.
“Sí, estoy contenta con el resultado, porque creo que la película refleja bien lo que queríamos contar, que no siempre se consigue”, me cuenta la directora durante una comida tras un pase previo de El Olivo a los miembros de la Asociación de Periodistas de Información Ambiental (APIA) www.apiaweb.org. “Y creo que va a comunicar bien con diferentes generaciones y con la gente joven”. Buena parte de esa conexión tendrá que ver con quien ha escrito la historia, Paul Laverty, el escocés que es también guionista de Ken Loach, y agradecérsela a la actriz protagonista, Anna Castillo, prácticamente nueva en cine, pero inmensa en su descarada naturalidad (¿Goya a actriz revelación?), y que da vida a una chica que ha encontrado sus señas de identidad en su abuelo y en un árbol que parece que tiene la expresión de un monstruo bueno (también hubo un concienzudocasting de olivos durante una semana; se seleccionaron varias decenas, y la directora fue quien eligió al protagonista vegetal; el que aparece en Alemania por supuesto no es natural, sino de fibra de vidrio reproduciendo a tamaño casi natural el original). Son el abuelo y la tierra los que la abrazan y dan calor. Como dice Bollaín: “Abuelo y olivo son lo mismo. El olivo es su raíz, su infancia, su tierra”. Y no quiere que se lo arranquen. “Lucha frente a esa pérdida, porque es luchar frente a la falta de valores. Y la crisis tiene desde luego una dimensión económica dramática, pero también una parte de que nos arrancan valores y señas de identidad”. El abuelo y el olivo representan lo que se pierde en un mundo de prisas y especulación que construye piscinas absurdas con estatuas de la Libertad; y la protagonista no deja de ser una radical (radical de querer tener raíces).
Un olivo arrancado de su tierra para malvivir entre cristales, para decorar un edificio de oficinas en Alemania. La película tiene estructura de cuento: el abuelo, la nieta y el árbol. Pero es que desgraciadamente es la suerte que han corrido muchos de los mejores ejemplares: ser arrancados para decorar jardines particulares o de empresas en España, Europa o incluso China.
El dinero frente a las raíces
Ahora afortunadamente ya se están tomando medidas de protección, como en la Comunidad Valenciana. Y de sensibilización, como el proyecto Apadrina Un Olivo. “Es que este árbol no es nuestro. No nos pertenece. Es de la historia, de la vida, de la tierra”.
Ésa es también la frase de la película que se le ha quedado grabada a José Alfredo Martín, co-fundador de Apadrina Un Olivo, proyecto con epicentro en el pueblo turolense de Oliete; llevan dos años dando visibilidad al abandono de los olivares de la comarca. “Desde luego que la película de Iciar nos va a ayudar a dar más proyección a nuestro empeño. La película te toca, y eso por supuesto que ayuda a concienciar sobre el problema”.
José lo explica bien: parten de Oliete y de los olivos para ir más allá. También con un punto quijotesco, como los protagonistas de la película: “Es una iniciativa para transformar el abandono de las áreas rurales”. Para darle la vuelta a ese proceso que tratan de que veamos como irremediable, y no lo es, de éxodo rural. “Fíjate, Oliete era una población con 2.400 habitantes, y ahora tiene sólo 480. Se cultivaban 378 hectáreas de olivar, y ahora sólo 56. Calculamos que eso supone que hay unos 100.000 olivos abandonados. Y es el destino que le esperan a muchos núcleos rurales en España; porque hay 3.600 municipios con menos de 500 habitantes”.
Por eso él -que trabajaba como auditor financiero, algo que le aburría bastante-, su hermano y dos amigos, uno de ellos de Oliete, que se conocieron en una Campus Party en Londres (como en la película también se alía lo más pegado a la tierra con lo más moderno, con las nuevas tecnologías, en un link intergeneracional que merece la pena destacar, por lo que tiene también de estructura circular, últimamente tan de moda), idearon este plan para devolver energía a los pueblos. “Y se nos ocurrió proponer algo diferente para salvar el pueblo y salvar estos árboles: ofrecerles una experiencia actual, en línea con lo que hoy se lleva: Apadrinar un olivo”. Por 50 euros al año, incluye, aparte de la satisfacción de contribuir a preservar medioambiente y pueblos, una app para móvil en el que puedes seguir los cuidados, aspecto y evolución del olivo que has elegido, excursión al pueblo (con lo que eso supone de revitalización del turismo rural en la zona) y, ahora, para ir afianzando ese vínculo árbol/humano, el regalo de 2 litros de aceite -“social, solidario, ecológico y sostenible”- procedente de los olivos incluidos en el proyecto. La iniciativa cuenta con 800 padrinos y madrinas y 2.000 olivos recuperados mediante acuerdos de custodia del territorio, y en ella hay ya 22 personas involucradas, un acuerdo con ATADI (Agrupación Turolense de Asociaciones de Personas con Discapacidad Intelectual), la implicación del Gobierno de Aragón y el apoyo económico de Fundación Telefónica y Hojiblanca. El siguiente paso será extenderse a los pueblos vecinos de Ariño y Alacón, abrir a finales de este año una almazara propia para comercializar su propio aceite bajo una marca de Consumo Responsable, y seguir recuperando olivos, creando puestos de trabajo en el medio rural y revitalizando pueblos que languidecen.
La película El Olivo y el proyecto Apadrina Un Olivo coinciden en algo fundamental: Soñar con un ideal. Perseguir lo que puede parecer una utopía dentro de este rígido orden neoliberal mundial.
Además, todos podemos poner nuestra ramita de olivo, ya que en change.org está en marcha una campaña para pedir al Parlamento Europeo alguna acción para acabar con el expolio de los viejos olivos y otros árboles centenarios, puesta en marcha desde la Fundación Félix Rodríguez de la Fuente y César-Javier Palacios, y que cuenta ya con casi 150.000 firmas.
Fuente: Rafa Ruiz, El Asombrario & Co. Fotos: Jose Haro